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domingo, 15 de septiembre de 2013

Te casaste...

Hace unas cuantas horas que M. y yo hemos llegado a casa, tras un fin de semana en Zaragoza, donde hemos a la boda de una buena amiga mía. Tengo resaca, tengo agujetas, tengo nostalgia, tengo sueño y tengo un moretón en el trapecio que cuando me lo miro no tenga ganas más que de morirme. De qué tendrá ese desaguisado en el cuello, os podréis preguntar. Y yo os respondo: de seguir siendo la misma. No pierdo oportunidad ¿eh? 
Maleta para los dos
Una vez que estuvo claro que el padre no podía venir, surgió la discusión: ¿destetamos al niño así a lo bárbaro para irme sola a la boda, o adapto la boda al niño para que se venga conmigo? Por votación popular – M. no soltó la teta en lo que duró el debate-, tomamos la decisión número dos. Y ni me arrepiento ni me puedo imaginar una boda mejor.
Llegamos a la ciudad el viernes por la tarde como unos gitanillos: maleta, carrito, niño y mochila para llevarle. Ah, y amiga madrizaragozana que también iba a la boda desde aquí. Después de aprovechar la tarde para ultimar los regalitos de la novia y conocer a una persona maravillosa y a al bomboncito rubio y saltarín que tiene por hija (un besazo Rebe y Pauli, sois dos soles), llegó la noche que precedía al gran día.
Dormir en un hotel en una ciudad que ha sido la tuya, es extraño. Pero si una pretende dejarse llevar por la melancolía y ponerse moñas, ahí aparecerán las amigas a pegarle dos leches imaginarias y sacarle la tontería a base de buenos ratos: el niño dormido en medio de una cama gigante rodeado de mis amigas, una que se debate entre quedarse a cenar o irse a duchar, otra que  intenta pasar de la frase Querida Marta en una carta dirigida a la novia. En fin, se fueron cuando consideraron: en nuestra comunidad (como dijo el recién aterrizado novio de una de ellas cuando le robamos el sorbete de limón), todo se comparte. Habitación de hotel, sorbete, champán, bandeja del carro del niño para dejar los trastos de todas. Todo se comparte.
Total, que llegó el gran día y mi chal y mi bolso de pitiminí duraron lo que tardamos en entrar en la catedral y que el enano se empezara a morir de sueño: veinte minutos. En fin, mientras Marta daba el sí, quiero y los guiris inmortalizaban el momento esquivando al bedel repartecollejas y jodefotos (se ponía el colega delante de las cámaras con la manaza abierta mientras se acercaba haciendo aspavientos silenciosos), le dormí y le dejé en el carro. Del sueño que tenía -yo-, vino Laura a darme dos besos y le mire como si estuviera tonta. La paz, maña, que estamos con la paz. Ah, bueno. Me terminé de despertar con el pase de sables que le hicieron al novio -guardia civil- a la salida de la catedral, bajo el sol zaragozano y entre las palomas suicidas; digno de ver, de verdad, un momento muy surrealista.
Hombre, ir con un bebé a una boda en la que la única del grupo que ha tenido hijos has sido tú, hace que desentones un poquillo: zapatos planos, vestido fácil de desabrochar para no hacer mucho jaleo cuando tenga hambre, carrito y babykit de emergencia con todo lo necesario por si se caga, se mancha, se vomita, se mea, se pone febril, se escalabra, y otros cuantos ses posibles. Claro, esto también se nota a la hora de comer: en lo que tú te bebes una copa, tu vecina se ha bebido tres. Eso al principio, que cuando los compañeros de mesa empiezan a hacerse cargo del niño a ratitos, tú recuperas el tiempo perdido y comes y bebes todo lo atrasado y lo que consideras que te correspondería en el futuro, cuando el nene vuelva y haya que pasearle de nuevo por todo el salón.
En fin, que lo bueno llegó a la hora del baile: me até al niño en un pañuelo a lo bandolera -el naranja de la foto- a las seis de la tarde y me lo desaté a las diez y media. De ahí el moretón. Ahora que juro que yo ni sentía ni padecía, y el niño menos: daba palmas, se reía, me intentaba coger el martini, se ponía tibio de bizcocho con chocolate, jaleaba a los enamorados, los enamorados le jaleaban a él… De verdad que fue emocionante, disfruté de la boda a lo grande, lo mismo le plantaba besos en el remolino a M. que subastaba la liga de la novia y los calzoncillos del novio con le micrófono del dj a grito pelao (¿quién da más? ¿Nadie? ¡Qué son los calzoncillos de un guardia civil! ¡Ciento diez a la una, ciento diez a las dos, ciento diez a las….adjudicado!).
Hombre, de vez en cuando el niño me miraba un poco como diciendo pero qué es lo que he hecho yo para merecer una madre como esta, o la otra madre que había por allí prima del novio y más mayor que yo y que aguantaba a su bebé de la misma edad que M. llorando sentado en la trona, me miraba como diciendo pero qué ha hecho ese pobre niño para merecer una madre como esa. 
Pero el cómputo general es positivo: niño feliz y agotado, mamá feliz, agotada y con la raya waterproof tatuada al párpado, habitación tipo camarote de los hermanos Marx, miniresaca mañanera y juego de obstáculos hasta llegar a casa (de esto que vas consiguiendo objetivos y te va pareciendo mentira: despertarse a las siete, recoger la habitación, dejar el hotel, llegar a la estación, coger el tren, salir del tren, subir a la superficie, coger el coche, atravesar Madrid en plena vuelta ciclista, llegar a casa por fin) y fotos que lo dicen todo.
Cuando ayer se fue la última de mis amigas de la habitación, a continuar la juerga por ahí, por esas calles de Zaragoza que tanto he pateado yo también, me quedé pensando. Me dolía la cabeza y solo quería beber agua, pero mientras acariciaba la cabecita de M., dormido en body sobre la cama rodeado de mi colgante, de mi vestido, de las toallitas, de la chaqueta que Ana se dejó olvidada, de sus zapatitos sucios…pensaba en cómo encaja en mi vida, en que había hecho en la boda prácticamente lo mismo que si no hubiera estado él, en que se adapta a lo que sea mientras yo esté con él y le respete sus ritmos y sus necesidades, en que si no estuviera él yo tendría un agujero falto de alegría muy grande y no lo sabría, en que se puede volver a la adolescencia rodeada de amigas, recordando viejos tiempos, bailando el tiburón con la madre de la novia, repartiendo besos y abrazos de reencuentro, haciendo el loco con un micrófono… todo eso, como siempre, pero con M. colgado junto a mi, completando y haciendo todavía más feliz una reunión tan especial como la boda de una gran amiga.
Ah, y traigo una nueva enseñanza: disimulo de resaca y malestar general delante de vástago con olor a mustela y sonrisa de buenos días mami, vengo a dar caña y te necesito a tope. 
En eso, he sacado un diez.
Si me tuviera que puntuar ahora que por fin duerme y yo termino el post porque ya no doy más de mí…ya veríamos el resultado, pero no pasaba de suficiente. :)
*Enhorabuena Marta y gracias nenas.

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