Páginas

miércoles, 23 de abril de 2014

En tensión

Así es como vivimos en esta casa. Algunos podréis decir que qué lista, que eso les pasa a todas las madres y padres del mundo desde el mismo momento en el que sospechan que van a tener un hijo. Correcto. Pero es otro tipo de tensión, esa en la que pensáis. Es una tensión, por así decirlo, institucional; qué se yo, en un primer momento a la madre le pone tensa hasta que duerma más de media hora seguida o que no cague a la misma hora que ayer. Hasta ahí, todo normal. Raros son los padres que con el primer retoño no viven con esta tensión que a veces, de tan alerta como les tiene, les hace escuchar llantos donde no los hay, gases donde no los hay, ruidos donde no los hay e incluso hace que una llegue a tener miedito de su propia imaginación.

M. pinchando el hit.
Una vez pasada esta espeluznante etapa, sobre el año y medio del enano en nuestro caso, una cree haberse librado de una vez para siempre de esa horrible tensión. Luego esa madre habla con otras madres más experimentadas y le corroboran que no, que la tensión nunca se irá del todo, que siempre estará ahí para saltar ante la sospechosa décima de fiebre, ante el pequeño rasguño fruto de una escaramuza en el parque o ante la inocente cara de pena que viene con el primer cate del nene. De modo que toca volver a asumir este nuevo tipo de tensión que, al parecer, será de por vida. 

Pero entonces, una vez asumidas todas las tensiones que una cree que pueden existir en la vida materno filial,  llega la tensión que nos ocupa hoy, la tensión que hace que vivir en un mundo en el que haya música sea una pesadilla. Así como lo cuento. 

Aquí, en éste nuestro hogar, siempre hay música. Muy variada, de verdad. Muchísimos discos, un par de radios siempre dale que te pego al son. Música en el coche, música en el jardín; todo el mundo muy musical. Pero M. es un muchacho que tiene las ideas claras, demasiado claras. Es un niño, por poner un ejemplo, que oye Daddy Cool de Boney M y levita de emoción, pero es también un niño que oye cualquier otra canción que no sea Daddy Cool de Boney M, y se mosquea. Esto es así. Hemos llegado a un punto en el que escuchar el primer compás de esta canción supone baile asegurado, palmadas e invitación aupa para que los saltos sean todavía más altos y el disfrute mucho mayor. Para él, digo. Más que nada porque esta nueva actividad nos puede ocupar, fácilmente, toda la tarde. 

Al principio estábamos, y digo bien, estábamos, todos encantados. Ahora... estamos hasta el mismísimo moño de la canción. Y todo podría acabar ahí, todo podría quedar en una etapa más en el desarrollo del enano si no fuera porque una cadena de televisión ha decidido, así como si no existieran más canciones en el mundo, que esa es la mejor canción para amenizar sus intervalos entre programas y bloques publicitarios. Esa inocente decisión tomada en una inocente reunión en una inocente sala de reuniones del susodicho canal, me hace vivir en una tensión sin precedentes, y que se manifiesta muy especialmente en el crítico momento de la hora de dormir: ya puedo llevar media hora meneando al niño, dale que te pego a entonar con más pena que gloria la nana mágica con la que cae fulminado, que si el bicho semidormido detecta con su infalible oído en la lejanía del pasillo la primera nota del estribillo de la canción que anuncia que se acabaron los anuncios, abre los ojos y se pone a mover el culo. Siempre y con emoción. Hay ocasiones en las que incluso ya casi dormido del todo, y sin abrir los ojos, también mueve el culo. Y si ya no tiene fuerzas para mover el culo, mueve un pie.  

Hay quien dirá que tonta yo, que le duerma con la tele apagada... pero es que aquí somos fans de Wyoming ;) Y realmente, y aunque nos salga la canción por las orejas, también somos fans de M. y su mágico sentido del ritmo. Ahora ya solo queda que empiece a aceptar variedad musical :)

domingo, 6 de abril de 2014

Excusas

Personalmente, pienso - espero- que todos los opositores del mundo pasan por la escalofriante fase de saberse suspensos, relegados a esos últimos puestos de la lista infinita de postulantes, incapaces de realizar un examen digno, y se ven sepultados por los infinitos temas teóricos y los multicolores mapas para la parte práctica, documentos que se reproducen en el desorden de la mesa de trabajo al mismo nivel que se reproducen las excusas para dejarlo por hoy y salir a la calle a buscar la motivación perdida. 
Pillados hoy en plena excusa

Opositoras, opositores, yo os digo: esa fase es todavía peor teniendo un hijo. Pero infinitamente peor, monstruosamente peor. Y hay razones que lo documentan. 

En primer lugar, si eres solo tú con tu temario y la hipotética plaza flotando a tu alrededor esquiva esperando a ver si eres capaz de pillarla cuando llegue el examen, en ese caso la mala conciencia que te asalta simplemente por rozar el pensamiento de salir a dar un paseo a mitad de un tema, esa mala conciencia, digo, te impide salir y te mete una colleja virtual que te baja la vista de nuevo al cuaderno. Esto es así: a dos meses y medio del -supuesto- examen, ningún opositor sensato deja el tema a medias y se pira a la calle. 

Ahora, que si lo que pasa es que la puerta del cuarto donde estudias se abre y lo que aparece a unos cuatro palmos del suelo son dos ojazos azules que dicen junto con una boca sonriente mamá, pues la cosa cambia. Cambia porque no es cuestión personal, propia, es una cuestión ya de decencia maternal, vamos. 

Claro, es que no es mala conciencia de opositora que pierde minutos de estudio a escasas semanas de la prueba, no; es que es mala conciencia de madre que ignora con mucha alevosía las necesidades más vitales de su hijo, a saber: salir a la calle a hacer el gamberro, buscar perros, buscar gatos, buscar niños, tomar el sol... lo que se conoce como la sana costumbre infantil de vivir la vida sin preocupaciones, vaya. 

Pero es que ceder así de pronto, por las buenas, y dejar ese tema tan importante y tan fundamental y tan entretenido y tan bien estructurado... pues es que se hace cuesta arriba. De modo que entonces, la mente brillante de esa opositora entregada empieza a funcionar, a darle vueltas...y de pronto aparece la excusa perfecta, la excusa que se alza airosa sobre el desastre de mesa ese que es que ya no hay por dónde cogerlo y que con su fuerza levanta a la madre opositora de la silla de tortura estudio y le hace cargarse al enano rápidamente y salir a la calle. No por vaga, no porque haga sol, no porque el niño necesite tomar el aire, no porque el tema sea aburrido y complicado, no; se tiene que ir a la calle ¡porque no hay tipex!

¿Quién, quién a estas altura de la vida puede opositar, estudiar, respirar, vivir en fin, sin tipex? 
Ni el tato. 

Pues eso, que no íbamos nosotros a ser menos :)