Páginas

miércoles, 16 de julio de 2014

Teletrabajo con hijo.

Empezaré este post como solía empezar Manolito Gafotas sus historias: por el principio de los tiempos. 

El principio de los tiempos de esta historia lo podríamos situar en un vaticinio que mi amiga Laura verbalizó cuando abrí el blog anterior a este, mi primer blog en la comunidad San Miguel; ella vaticinó que, de ese blog, solo podía salir algo bueno. Y, en cierto modo, puede decirse que el trabajo que ahora tengo no hubiera aparecido en forma de oportunidad si yo no hubiera abierto el blog y ese blog no hubiera tenido la temática infantil que tenía. De modo que sí, consideremos que encontrar un trabajo como resultado de haber abierto un blog -y alguna que otra carambola más relacionada con el tema-, es algo muy bueno. Si a este hecho le sumamos que es un trabajo que puedo realizar desde casa y que consiste básicamente en escribir, especialmente sobre cosas de niños, pasa de ser muy bueno a tremendamente bueno. 
M. haciendo un avestruz de manual
un día cualquiera mientras teletrabajamos.

Al exotismo de trabajar desde casa se unió el desconocimiento -mío personal, digo- del puesto a desempeñar: resulta que soy community manager de una marca infantil. Nos hemos amoldado perfectamente, el puesto y yo. Él me ha enseñado cómo funciona, yo lo he entendido y entre los dos formamos un equipo perfecto. ¿He escrito entre los dos? Ha debido ser un lapsus, un error, un espejismo de mi mente optimista; donde he escrito el número dos en realidad iría otra cifra, una cifra con muy mala fama -merecida en este caso, como veréis-, una fama que se ha ganado a pulso por hacer a lo largo de su larga vida lo que está haciendo conmigo y con mi puesto: meterse por el medio. Sí, en este teletrabajo en el que trabajo somos tres: el puesto en sí, M. -quién otro podría ser- y yo. 

Y como a todo se acostumbra una, y como al final está siendo una experiencia muy positiva, y como aquí es que nos gusta reírnos hasta de nuestra sombra, y como (¡afortunadamente aunque queda mucho por andar!) cada vez hay más teletrabajo y es más fácil compaginar la maternidad con la realización de otras actividades sin que nadie ni nada se resienta...pues vamos a ir plasmando en diversas entradas cómo nos apañamos los dos tres, por si hay alguna otra mamá o papá por ahí en la misma situación que nosotros y le puede servir la experiencia o quiere compartir penurias, que haberlas también haylas como en el día a día de cualquiera trabajador, ya sea en su santa casa o en la oficina. 

Bien. Vamos a ello. 

Pongamos por caso que alguien, aquí cada lectora y cada lector que se ponga en el papel aportando los detalles que más le gusten, ha hecho una entrevista para un puesto de trabajo. Supongamos que pasados unos días, el teléfono de ese alguien sonó para anunciar que estaba contratado. Sigamos suponiendo... que ese alguien comenzó en el trabajo yendo a la oficina los días necesarios hasta que consideró que estaba preparado para volar libre en su dulce hogar junto a su ordenador y junto a su hijo. 

Esa misma persona se levantó el primer día dando un salto mortal, dejó la casa y el niño como los chorros del oro -todo quisqui desayunado, perfumado, la casa ventilada, cocina recogida, cama hecha y flores regadas- antes de la hora de la conexión y, tres minutos antes de las en punto, se sentó en la mesa de la habitación de estudiar que la tarde antes había dejado en plan despacho maravilloso. Todo el mundo en sus marcas. Ordenador enchufado... ¡comienza el horario laboral!

A las dos horas, en esta nuestra casa lo que ocurrió fue que yo, la madre, el timón de este barco perfectamente organizado que en mi mente iba a ser el teletrabajo con el niño en casa, no tenía ganas nada más que de morirme y solo se me ocurrió buscar el lugar más adecuado para poner en práctica un clásico en el reino animal: el efecto avestruz. Los cojines del sofá funcionaron de maravilla, oye, para meter ahí la cabeza y recuperar fuerzas durante un par de minutos tras desenchufarme mientras el niño daba vueltas como un loco a mi alrededor pensando que estaba preparada para el cucú-trás. 

O sea, que la realidad fue que la sensación de no saber dónde meterme - o en su defecto, dónde meter al niño- fue predominante durante ese primer día de experiencia telelaboral. Pero oye, que tres meses después, aquí estamos. 

Si es que tengo -tenemos, que M. ya es un experto y no se queda atrás- recursos para dar y tomar :)


domingo, 6 de julio de 2014

Cría Cuervos...

El otro día me caí. Me metí una leche de esas en las que, al aterrizar, lo primero que miras es que no haya nadie alrededor. Una vez constatado este detalle fundamental para la dignidad humana, me eché a llorar como se merecía la ocasión: desconsoladamente.

Los hechos se desarrollaron de la siguiente forma: yo había llevado a cabo una de esas actividades diarias, cotidianas, que tantas veces se convierten en un remanso de paz cuando se consiguen realizar en soledad; que venía del Mercadona, vamos. Sola, solita, sola. El niño estaba en casa con su padre la mar de bien, ambos dos dedicados a contemplar la última afición de M., última y única porque desde que apareció la peli de Cars en su vida -a raíz de que yo empezara a trabajar, esto lo cuento en otro post-, la vemos una media de tres veces por día.

M. sentado en la acera del hecho un día de primavera.
El caso es que yo ya estaba de vuelta. Aparqué, me bajé, abrí el maletero para sacar las bolsas y cogí lo que en teoría iba a ser el primer viaje: la caja de leche y una bolsa llena de víveres (sobra decir que fue el último). De esta guisa, con cada uno de los bultos debajo de mis respectivos brazos, enfilé los escasos tres metros que separan el coche de la verja del jardín. Entre éste y ésa, tan solo hay una mínima acera que era inofensiva hasta el jueves pasado. El caso es que no sé qué hice, no sé qué pasó, no sé nada de nada más que de pronto me vi volando hacia el suelo con las dos manos ocupadas y sin opción de recuperar el equilibrio. Di con la cabeza en la verja y con la rodilla y el codo en la acera. Todo pasó muy deprisa, tan deprisa que nadie vino en mi auxilio aunque la puerta de la casa estaba abierta y sus dos ocupantes habían visto pasar mi bólido hacía un minuto. El padre de M. dice que, al no verme aparecer, pensó que todavía estaba cerrando el coche, sobre todo al escuchar el ensordecedor estruendo que reverberó en toda la urbanización al chocar mi cabezota contra la verja de hierro: ¡pensó que el ruido había sido la puerta del maletero cerrada con mucha fuerza! Tal fue el mamporrazo que me metí. Total, que desolada y con la rodilla y el orgullo heridos, tuve que pedir auxilio. Y salieron padre e hijo corriendo a socorrerme. 

De esta espeluznante escena he sacado dos cosas en claro. La primera de ellas se resume requetebien tirando de un refrán de esos de los de toda la vida: cría cuervos...y te sacarán los ojos. Va por M., claro. En un primer momento, a este hijo mío enmadrao que está para regocijo y agotamiento de su madre, al verme allí tirada en el suelo rodeada de mis pertenencias y de la leche y las galletas, le dio por hacer pucheros y apenarse muy mucho por lo que le había pasado a mamá: ¡mamá, pupa! Y todo era señalarme y darme besitos en la rodilla y mamá pupa mamá pupa.

Bien.

Esta escena de comprensión ante el dolor materno no se ha vuelto a repetir, pues desde la mañana siguiente a la tarde de los hechos, cada vez que salimos por la puerta del jardín dice lo mismo, pero con un sutil cambio: se para en medio de la acera, separa ligeramente las piernas y agacha, también ligeramente, el culo y a continuación señala el lugar de la hostia. Tras apuntar con el dedo la zona y verbalizar lo que pasó (lo de mamá pupa), cierra su pequeño puño y se da minipuñetazos en la rodilla derecha como si le hiciera mucha gracia. Tanta gracia le hace que echa la cabeza hacia atrás, arruga la nariz y emite esa risa de estar muriéndose de risa que suena como a ji ji ji ji. Sí, con separación entre las risitas y entonado muy bajito. De esto hace una semana y todavía sigue con la coña. El refrán se queda corto. Me parece a mí, vamos.

La segunda cosa que he sacado en claro es que la próxima vez no tendré tanta suerte, así que ya me puedo ponerme a practicar lo de levantarme del suelo como si no hubiera pasado nada aunque me esté muriendo de dolor. Más que nada porque es muy raro que la calle esté vacía...y ese día lo estaba. Esa suerte, esa suerte inmensa de saber que nadie te vio rodar por el suelo y pedir auxilio a grito pelao...no creo que se vuelva a repetir :)

jueves, 3 de julio de 2014

Mis flores irlandesas

¡He suspendido! Toda ha salido según lo esperado, era lo razonable y así es como tiene que ser para alguien que los últimos meses en lugar de repasar a tope se ha dedicado a trabajar y criar al churumbel. Así que a otra cosa, mariposa; literalmente, además: ya he colocado todos los tomos de la enciclopedia, todos los manuales, todos los apuntes, libros, fichas, resúmenes...todo está en su sitio esperando que llegue septiembre...¡u octubre! 

Desde ahora tengo otros dos años, más o menos, para seguir aprendiendo y aprendiendo, que al final es de lo que se trata: aprender para mí mientras preparo la oposición. Si no, no tendría sentido :)
No se puede ser más chulo; el cebollino, digo.

Total, que aquí estamos de nuevo. Y no podía dejar pasar la oportunidad de retomar el blog sin constatar un hecho memorable, por lo menos para mi espíritu veraniego retenido estas últimas semanas mientras llegaba el exámen: hoy, 3 de julio, no ha dejado de llover. El niño con pantalón largo y todo el día encerrados en casa como monos del frío que ha hecho. Total, que estando M. y yo más mustios y helaos que yo que sé qué, lamentando nuestra suerte y pasando la mañana como buenamente podíamos rescatando calcetines del fondo de los cajones para no perder los dedos de los pies, nos hemos asomado a la ventana y nos hemos dado de bruces con esta estampa: las flores más contentas, altivas y tiesas que hemos visto en lo que va de primavera. Lo que yo le intentaba explicar a M. es que son de Dublín y este tiempito húmedo, verde y con olor a tierra mojada es lo que más contentas les pone. Vamos, ¡que ése cebollino no ha estado más lozano en su vida!

En realidad estas historias extrañas me las invento solo para oír cómo M. repite la última palabra de todo lo que yo digo:

-Mira, son de Dublín.
-¡Blín!
-Qué chulas, ¿eh?
-¡Sulas!
-¡Están mojadas y contentas!
-¡Tan mojads y tenas!

Y así, entre flores amantes del fresco, niños parlanchines y tochos de historia recogidos en sus respectivas estanterías, inauguramos el verano.

Mañana más :)