Empezaré este post como solía empezar Manolito Gafotas sus historias: por el principio de los tiempos.
El principio de los tiempos de esta historia lo podríamos situar en un vaticinio que mi amiga Laura verbalizó cuando abrí el blog anterior a este, mi primer blog en la comunidad San Miguel; ella vaticinó que, de ese blog, solo podía salir algo bueno. Y, en cierto modo, puede decirse que el trabajo que ahora tengo no hubiera aparecido en forma de oportunidad si yo no hubiera abierto el blog y ese blog no hubiera tenido la temática infantil que tenía. De modo que sí, consideremos que encontrar un trabajo como resultado de haber abierto un blog -y alguna que otra carambola más relacionada con el tema-, es algo muy bueno. Si a este hecho le sumamos que es un trabajo que puedo realizar desde casa y que consiste básicamente en escribir, especialmente sobre cosas de niños, pasa de ser muy bueno a tremendamente bueno.
M. haciendo un avestruz de manual un día cualquiera mientras teletrabajamos. |
Al exotismo de trabajar desde casa se unió el desconocimiento -mío personal, digo- del puesto a desempeñar: resulta que soy community manager de una marca infantil. Nos hemos amoldado perfectamente, el puesto y yo. Él me ha enseñado cómo funciona, yo lo he entendido y entre los dos formamos un equipo perfecto. ¿He escrito entre los dos? Ha debido ser un lapsus, un error, un espejismo de mi mente optimista; donde he escrito el número dos en realidad iría otra cifra, una cifra con muy mala fama -merecida en este caso, como veréis-, una fama que se ha ganado a pulso por hacer a lo largo de su larga vida lo que está haciendo conmigo y con mi puesto: meterse por el medio. Sí, en este teletrabajo en el que trabajo somos tres: el puesto en sí, M. -quién otro podría ser- y yo.
Y como a todo se acostumbra una, y como al final está siendo una experiencia muy positiva, y como aquí es que nos gusta reírnos hasta de nuestra sombra, y como (¡afortunadamente aunque queda mucho por andar!) cada vez hay más teletrabajo y es más fácil compaginar la maternidad con la realización de otras actividades sin que nadie ni nada se resienta...pues vamos a ir plasmando en diversas entradas cómo nos apañamos los dos tres, por si hay alguna otra mamá o papá por ahí en la misma situación que nosotros y le puede servir la experiencia o quiere compartir penurias, que haberlas también haylas como en el día a día de cualquiera trabajador, ya sea en su santa casa o en la oficina.
Bien. Vamos a ello.
Pongamos por caso que alguien, aquí cada lectora y cada lector que se ponga en el papel aportando los detalles que más le gusten, ha hecho una entrevista para un puesto de trabajo. Supongamos que pasados unos días, el teléfono de ese alguien sonó para anunciar que estaba contratado. Sigamos suponiendo... que ese alguien comenzó en el trabajo yendo a la oficina los días necesarios hasta que consideró que estaba preparado para volar libre en su dulce hogar junto a su ordenador y junto a su hijo.
Esa misma persona se levantó el primer día dando un salto mortal, dejó la casa y el niño como los chorros del oro -todo quisqui desayunado, perfumado, la casa ventilada, cocina recogida, cama hecha y flores regadas- antes de la hora de la conexión y, tres minutos antes de las en punto, se sentó en la mesa de la habitación de estudiar que la tarde antes había dejado en plan despacho maravilloso. Todo el mundo en sus marcas. Ordenador enchufado... ¡comienza el horario laboral!
A las dos horas, en esta nuestra casa lo que ocurrió fue que yo, la madre, el timón de este barco perfectamente organizado que en mi mente iba a ser el teletrabajo con el niño en casa, no tenía ganas nada más que de morirme y solo se me ocurrió buscar el lugar más adecuado para poner en práctica un clásico en el reino animal: el efecto avestruz. Los cojines del sofá funcionaron de maravilla, oye, para meter ahí la cabeza y recuperar fuerzas durante un par de minutos tras desenchufarme mientras el niño daba vueltas como un loco a mi alrededor pensando que estaba preparada para el cucú-trás.
O sea, que la realidad fue que la sensación de no saber dónde meterme - o en su defecto, dónde meter al niño- fue predominante durante ese primer día de experiencia telelaboral. Pero oye, que tres meses después, aquí estamos.
Si es que tengo -tenemos, que M. ya es un experto y no se queda atrás- recursos para dar y tomar :)