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martes, 3 de septiembre de 2013

El tesoro

Una cree que conoce a sus hijos, así más o menos, como si los hubiera parido. Si se rasca la oreja es que tiene sueño; si agita el brazo es que te está diciendo que no; si gira la manita es que se quiere agarrar a algo y ponerse de pie.
Ya, ya.
Lo fácil. La capacidad de salirse con la suya una siempre cree que la tiene dominada, que le quitas lo que sea que tiene y no puede y tras un minutillo de disgusto se le olvida y a otra cosa mariposa. Ya, ya.
Hoy en un momento de debilidad porque todavía no tenía hecho el puré y se me echaba la hora encima y el niño ya estaba más por la labor de dormirse que de comer, le he dado una patata. Una patata frita, una patata ondulada de las de toda la vida. He pensado: bueno, que se entretenga ocho minutillos que es lo que yo tardo en pasar el puré y el pollo. 
Ains. No ha comido puré, se ha agarrado a la patata como un gremlin y no ha habido nadie capaz de hacerle abrir la boca para comer. Cuando ya la cosa estaba rozando lo inaguantable, se la he quitado y le he dormido. Lo cierto es que el olorcillo de la patata no se me ha ido de la nariz en todo el día, yo decía joe qué obsesión tengo con la puta patata, no se me va el olor de la cabeza.
Y así ha pasado la tarde entera…con el olorcillo de la patata.
Pues cual no habrá sido mi sorpresa cuando ahora, hace escasamente veinte minutos, al irle a dejar en el sofá dormidito por fin…descubro en su puño cerradito ¡un cacho de patata! Mojado, lleno de arena, con una brizna de césped. Su patata. Esa que yo le he quitado porque pensé que se ahogaba de tan dentro como se la metía.
Hay que tener en cuenta una cosa: entre que le he quitado la patata y he descubierto el pastel, han pasado siesta, merienda, casi dos horas jugando en el jardín, arreglo de jardinera, cambio de pañal, baño…vamos, que he tenido al niño cerca. Así que más allá de la perseverancia del bicho, la reflexión que me asalta es qué tipo de madre soy. Quiero decir, lo suyo hubiera sido darse cuenta de que el niño no abre el puño, ¿no? O yo que se, habérselo abierto yo para lavarle la mano en la bañera. O haberle dado un besito en la palma…¡no sé! Pues no, el niño ha tenido la patata escondida casi seis horas.
Veremos a ver qué pasa cuando se despierte y se dé cuenta de que su pequeño tesoro ya no está.

1 comentario:

  1. Entre el agujero negro del sofá, el canalillo y los puños cerrados, vaya cazatesoros está hecho! Ya sabes donde buscar cuando pierdas algo... sigue el rastro de M y lo encontrarás.

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