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domingo, 6 de marzo de 2016

La Plaga

En estos años de la vida, cuando se tienen hijos pequeños, cualquier cosa puede perturbar la paz del hogar en cuestión de segundos. A nosotros nos ha pasado hace unos días: estaba yo tan tranquila viendo la no-investidura de Pedro Sánchez mientras la niña destruía algo y el niño construía algo, cuando de pronto un ruidito inocente irrumpió en el salón: ¡ping! Anda, un mail, pensé. Sin quitar la vista de la fascinante votación parlamentaria, abrí la aplicación de correo en el móvil y vi el remitente: Secretaría del Colegio. Distraídamente pulsé sobre el mail, y ante mis ojos en medio de esa tarde histórica resplandecieron dos palabras: aula y pediculosis. Soltar el móvil y levantarme del sillón fue todo uno. Piojos no, por favor, piojos no. 

Si es que el contacto es muy estrecho: aquí,
trabajando codo con codo.
Aunque intenté no perder la calma, ya me picaba todo; supe entonces que tenía que actuar sin dilación: revisar fundas del sofá, mantas, cojines, sillas del coche, gorros, abrigos, toallas, sábanas, peines y gomas. Quien dice revisar dice mandar a la lavadora a sesenta grados, para qué vamos a andarnos con medias tintas. Luego el peinecillo, claro, a repasar cabezas a la luz de la lámpara para detectar la más mínima presencia animal en las cabezas de estos mis niños, del padre y por supuesto la mía: la sola idea de una invasión de ese calibre en mi rizada cabellera me hace perder años de vida. Es más, ante la duda tomé medidas radicales y me eché el tinte que tenía guardado para dentro de un par de semanas, que no sé dónde había leído que los aniquila bien aniquilados.

Mientras el mejunje calaba, hice un bien a la humanidad y envié un globo sonda a mi familia vía WhatsApp, pero muy como quien no quiere la cosa: "Joder, en el cole hay piojos". Ahí lo dejo, avisados están. Es que somos muy de achucharnos en mi casa, y yo que sé. Por si acaso. 

Después, continué con mi exterminio particular: desinfección de sofás, de alfombra, y todo esto sin quitar ojo a los niños para detectar cualquier movimiento extraño en sus cabezas: ante una mano que sube lenta a rascarse, hay que actuar y volver a mirar con lupa. 

El resumen de todo esto es que nunca sabremos si tuvimos o no, o si tendremos o no, porque yo cada vez que oigo, leo o intuyo que el niño ha cogido piojos en el cole, pongo en marcha todo el operativo insecticida. Es que claro, a mí me entran los siete males cuando pienso que M., que es el que más papeletas tiene de traernos el agradable regalito, vive perpetuamente pegado a mí como una lapa. Por lo visto, los cabrones de los bichos saltan con una facilidad pasmosa, años de práctica desde el principio de los tiempos les avalan. 

Esa noche, la de la no-investidura, yo ideé el aparato definitivo que nos alejaría para siempre de esta plaga: se trataría de un rayo láser con capacidad para aniquilar a los indeseables y su prole antes de entrar en casa. El dispositivo se colocaría en el marco de la puerta de entrada al hogar y actuaría a discreción, él solo: persona que cruza el umbral, persona a la que se hace el barrido láser. De este modo, todo el mundo entraría libre de piojos en las casas, y sería un ahorro tan importante de tiempo, dinero y salud mental que todas las familias lo querrían.

¡Ya solo me queda patentarlo!




1 comentario:

  1. Hola. ojalá existiera en el mercado un rayo láser que erradicara a los piojos. Tienes razón que cada cierto tiempo hay plagas en los colegios. La verdad es que te lo tomaste al pie de la letra y preveniste con tiempo. Yo tiemblo cada vez que hay piojos porque mis hijas y yo tenemos melenas muy largas... seguimos en contacto

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