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viernes, 9 de agosto de 2013

La importancia del recuerdo

Esto os tiene que sonar.
Resulta que yo en este pueblo en el que estamos, ya había estado. Muy pequeña, tendría cinco o seis años, pero había estado con mis padres y mi hermano, cuando mi hermana todavía no estaba ni en la mente de mi padre – sí en la de mi madre, que la colega no tiró la toalla de tener otro hijo durante tres años, incansable hasta que le convenció :) -
Cuando les dije a mis padres dónde íbamos a pasar esta semana de vacaciones, lo primerito que me dijeron: uy, te tienes que acordar porque ahí estuvimos la semana santa del año nosecuantos, ¿no te acuerdas, qué jugábamos al parchís en una mesita del hotel que daba a un calita y que no dejaba de llover?
Este…..no, lo siento mami.
Pero cómo no te vas a acordar, sí hombre, que corríais por los pasillos porque casi no había clientes.
Ya, no, no, la verdad es que no papá, igual estando allí pues algo me suena.
Estos niños es que son increíbles, con todos los sitios en los que hemos estado y no se acuerdan de nada, qué falta de interés. 
En fin, que casi mosqueaos, oyes. Chinaillos.
Bueno, pues hoy he presenciado otro momento casi casi calcado. Estábamos cargando en el coche todos los bártulos que son como apéndices vitales en estos días de playa con churumbel, cuando ha llegado una familia al coche de al lado. Yo, llamadme cotilla, es que no me puedo resistir a poner la oreja cuando una realidad paralela en forma de familia se me acerca por cualquiera de mis flancos. Así que me he puesto a cotillear con la cabeza sumergida en el maletero, yo haciendo como que estaba a lo mío (que en cierto modo lo estaba, no encontraba mi braguis y tenía el culo lleno de arena).
La madre decía: vamos a ver, ¿cómo no te vas a acordar si fue la primera vez que te vino el Ratoncito Perez?
Y el hijo, de unos quince años (amos, como para hablarle al maromo del Ratoncito Perez):mamá, te juro que no me acuerdo, te lo juro. Ya sé que no me mientes, mujer,  y que hemos estado aquí antes, pero no me acuerdo de nada. Deja de insistir porque no me acuerdo, te lo digo de verdad. 
Y a mí, medio supultada en mi maletero-arenero me ha dado un ataque de risa y un ataque de ternura, todo a la vez.
Risa porque me he visto reflejada y porque me ha quedado claro que esa insistencia en quenostenemosqueacordar, es patrimonio de todos los padres.
Ternura porque ahora soy mamá y puedo entender esa rabia porque los hijos no se vayan a acordar de esos buenos momentos junto a nosotros, los padres, de esos momentos en los que la vida del enano era la que pasaba siempre a tu lado, porque su vida y su entorno eran donde estuvieras tú, porque ponías tanto de ti para que esos días de playa fueran especiales… te da rabia que no se vaya a acordar y no te das cuenta de que es suficiente con que el recuerdo lo guardes tú, lo atesores con fuerza para sacarlo, mirarlo y volverlo a disfrutar según vayan creciendo y veas con orgullo y alegría cómo echan a volar.
Porque estos buenos momentos, esta felicidad radiante de las vacaciones, esta piel llena de arena y crema, este volver a la casa con conchas y piedras… no lo va a recordar como tal, pero estoy convencida de que poco a poco estas sensaciones maravillosas que se repiten en los primeros años de vida de los niños se van destilando y son raíces, sólidas y fuertes, para construir su futuro.
Ah, y una última cosa: al tomar la curva, ha aparecido un puente entre la vegetación frondosa y húmeda de la zona. La recordaba, esa imagen del puente entre los arbustos, la recordaba. En cuanto he podido, he mandado un whatsapp a mi madre: mamá, recuerdo el puente de piedra que había que atravesar para llegar a la playa.
Me ha respondido: ¿y las partidas de parchís?
:)

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