Esto de criar es alucinante: un día no puedes ni atarte la zapatilla sin hacer malabares con el enano entre las piernas porque no quiere estar en ningún otro lugar que no sea a medio palmo de ti, y al siguiente te descuidas medio minuto en cualquier menester y cuando quieres darte cuenta encuentras al heredero haciendo el spiderman en la escalera del salón a punto de meterse la galleta. Estos avances vitales desencadenan una serie de hechos de índole diversa, hechos que van desde la cara de pillo del muchacho que es cada vez más evidente según se va dando cuenta de las bondades de esa recién estrenada autonomía, hasta el bajón que supone darse cuenta de lo rápido que realmente, y por mucho que suene a tópico, pasa el tiempo. Pero entre ambos hechos surge otro de gran importancia, un hecho que aparece en las vidas de casi todas las familias normales de vez en cuando, y siempre cuando menos se le espera; es un hecho mortífero y desde luego peligroso, ante el que se hace necesario ir bien pertrechado de víveres y con una buena preparación mental. Este hecho no es otro que la visita a Ikea.
![]() |
Spiderman en acción |
En nuestro caso no ha sido una visita de esas suicidas en las que se entra al mundo sueco a la deriva sin saber muy bien lo que se busca; no, no. Mi madre, M. y yo íbamos con las ideas súper claras: unas puertas de esas que salvan las vidas de los niños que ya andan al cerrarles el paso a las escaleras y un mueble para guardar los incontables zapatos de mi hermano. Nada, tarea sencilla, cuestión ligera: tres horas y cuarto, unas campeonas.
El tema es que M. ha decidido que hoy era un buen día para darme otra estupenda lección en cuanto a independencia, a mí es que este muchacho me agota y fascina a partes iguales. Todo empezó estas Navidades, cuando vi en el catálogo del lugar donde cada esquina te dice cómprame una cestita de frutas de tela maravillosas, unas frutas de juguete que parecían hechas a la medida de M., pero que estaban agotadas. Y yo no me había olvidado de la dichosa cestita en todos estos meses, centrada en la idea de comprarla la próxima vez que tuviera que ir a por las puertas para la escalera, en un momento en el que ese día incierto en que M. pudiera subirlas parecía muy, pero que muy lejano.
Y ese día ha llegado, claro, ha sido hoy. Una vez cumplido nuestro deber y tras haber sobrevivido a la eterna exposición, me he dirigido niño en brazo a la zona infantil buscando decidida la cesta de frutas. Esta vez había mogollón, qué alegría. Emocionada le decía: ¡Mira M., frutillas!, y M. respondía: ¡Bam bam!, y yo decía Noo, no es un bam bam, son frutitas. Mira: fresas, un limón... y M.volvía a responder: ¡Noqui!*¡Bam bam! Y yo que frutas y él que bam bam y yo que no y el que bam bam.
![]() |
El gran momento del descubrimiento |
Ha llegado un momento en el que se ha hecho evidente que algo pasaba y que no estábamos en la misma onda. Lo lógico sería tener entre brazos a un M. entregado a las frutas de tela, emocionado por los largos ratos de diversión que encontraría metiéndolos en alguna ensaladera, por ejemplo. Pero no. M. tenía otros planes, para los que había divisado algo infinitamente mejor: un carrito-andador. Los ojos se le han puesto como chiribitas, vamos, que ha tirado al suelo las frutas con verdadero ahínco sin dejar de señalar a la maravilla que le esperaba en la estantería.
Al final ha ganado la batalla el carro, claro, las frutas me decían adiós apenadas desde su estantería cuando las he soltado resignada, pero la alegría de M. me ha dejado claro que él ya había tomado su propia decisión. ¡Qué maravillosa independencia!
Y la verdad es que ha sido una gran compra, de las mejores diría yo: tenía casi olvidada la fascinante sensación de estar leyendo en el sofá sin el mamáteta, mamánoqui, mamácaca...y la he recuperado gracias a las horas de paz que me ha traído el carrito bam bam. Las secuelas de esos momentos de asueto infantil se resumen en el botín del que M. se ha hecho dueño en la soledad de la cocina mientras yo me dedicaba al relax y al estudio de las instrucciones de la puerta para la escalera:
![]() |
El botín de especias e infusiones que ha encontrado M. en la cocina desierta |
Una cosa sí me ha quedado clara: creo que mientras dure la fiebre del carro, no voy a tener más trastos tirados por el suelo ni por los rinconcillos de la casa, además de contar con la facilidad de saber siempre dónde buscar los objetos desaparecidos: en el fondo del carrito.
Así que las frutillas... las frutillas, ya caerán la próxima vez :)
*Noqui es la contundente forma de M. de decir No quiero. Adorable.