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domingo, 30 de junio de 2013

Recuerdos en la piscina

Hoy me he dado el primer baño del verano. Con mi bikini descabalado – la parte de arriba es de uno y la abajo de otro-, con mi tripa cruzada de pequeñas estrías que por primera vez desde que di a luz ha visto el sol sin complejos, con mi tobillera flotando suavemente mientras movía los pies antes de meterme en la piscina.
Mientras oía a M. jugar con mi madre por el jardín, recordaba momentos en la piscina:
El primer recuerdo que tengo es en invierno, sería marzo, hacía frío. El agua de la piscina de mis abuelos, en el pueblo, estaba verde y misteriosa. Todos los primos corríamos alrededor de la piscina con los triciclos, con las bicis, los mayores riendo. No sé cómo, mi primo A. se asomó tanto tanto a la piscina que cayó. Desapareció en ese agua asquerosa, recuerdo lo raro que me resultó no ver nada de él, acostumbrada a los cuerpos deformados que se ven cuando alguien bucea. En medio segundo mi padre no se lo pensó y se tiró tras él. Salieron los dos empapados, con restos de hojas en la cabeza y los pantalones, helados. La siguiente imagen que guardo de ese día es en casa, con la chimenea adornada de billetes de mil y dos mil pesetas, secándose, mientras mi padre recuperaba la temperatura en la ducha.
Otro recuerdo relacionado con la piscina tiene también que ver con mi padre. En verano salía antes de trabajar, algo raro y festivo para nosotros. Solíamos estar en la piscina con mi madre, en la esquina más grande con las toallas extendidas espantando avispas y sintiéndonos importantes oyendo al conversación de las madres. De pronto oíamos un silbido y nos girábamos hacia nuestro jardín, por donde asomaba la cabeza de mi padre con su traje y su corbata. Se metía de nuevo hacia dentro y a los pocos minutos salía con un bañador rojo de esos un poco cortos de hombre, y venía a la piscina. Nos daba besos que olían a ducados y se metía sin pensárselo dos veces bajo la ducha de la piscina. Yo le miraba y veía una cabeza morena y un cuerpo blanco, fuerte, rematado por las manos bastante morenas también, como si todavía llevara puesta la camisa.Después se situaba justo al borde, con los dedos de los pies como agarrándose a la piedra, levantaba las manos muy alto y se tiraba de cabeza con un salto perfecto. Salía en medio de la piscina con el pelo aplastado a la cabeza, que sacudía fuerte en cuanto notaba que estaba fuera, y se daba media vuelta en el agua para mirar a donde estábamos nosotros, sonriendo y diciendo alguna payasada, resoplando las gotas que le caían sobre los labios. No sé por qué, en mi recuerdo nunca hay nadie más en el agua y nos tirábamos mi hermano y yo y nos cogía, nos hundía, nos subíamos a sus hombros, nos salpicaba con un mecanismo misterioso de sus manos que hacía que saliera un chorro de agua a presión que siempre apuntaba a los ojos.
Otra piscina, esta vez la de casa de mis padres, la misma en la que me he bañado hoy: en julio del año pasado yo estaba embarazada de siete meses, e intentaba nadar un rato todos los días. Solía ir después de la oficina a casa de mis padres, que estaban en el pueblo y después de regar las flores me sentaba sola al sol con mi barriga. Cuando ya no podía más de calor me iba metiendo poco a poco en el agua, recuerdo el alivio que suponía meter en el agua fresca los pies hinchados, que tenía que llevar cubiertos con zapatillas porque el aire acondicionado de la oficina era insoportable. Poco a poco me metía del todo y me costaba un poco comenzar a nadar, pesaba más, iba lenta. Pero una vez superado el frío y la pereza del principio, me dejaba llevar y flotaba con mi barriga sobresaliendo, brillando al sol, y sonreía pensando en mi bebé, le acariciaba desde fuera. Luego volvía a secarme al sol, el padre venía a buscarme y nos marchábamos a casa.
Y el recuerdo de hoy: como decía estaba sentada en el borde mojándome los pies, escuchando al enano y su abuela partirse de risa. Han aparecido por allí, he cogido a M., lo he sentado al borde entre mis piernas para que se moje los pies. Le he olido el pelo, le he cogido las manitas, ha apoyado sus pies en mis pies dentro del agua, se ha dado la vuelta como lo hace últimamente -a toda leche y como su fuera una lagartija- para sonreírme con los ojos medio cerrados y la nariz arrugada, le he dado tres besos que sabían a cloro y a galleta, le he puesto el pelo de punta con mi mano mojada, le he achuchado hasta que se ha quejado, por pesada.
Ha vuelto mi madre y se han vuelto a ir a jugar, les he visto alejarse un poco alegre y un poco ñoña y he dejado de recordar para pegar un salto y hundirme sin pensarlo en el agua fresca del final de la tarde.

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