Páginas

domingo, 13 de marzo de 2016

Terrores nocturnos

Dicen por ahí que los terrores nocturnos son unos terrores que sufren los niños pequeños durante la noche, caracterizados por una gran angustia y agitación que aparece súbitamente y se esfuma tal cual apareció: sin avisar. Bueno, pues yo vengo a denunciar aquí públicamente que eso de terror nocturno sufrido por los niños y niñas de la vida es, cuanto menos, matizable: yo también sufro terrores nocturnos a diario. Los míos, eso sí, son provocados por agentes externos, ya que tengo la buena suerte de aprovechar al máximo los pocos ratos en los que me duermo, y consigo poner la mente en blanco (en negro) de manera magistral. 

A veces, duermen como benditos
La noche siempre comienza prometedora, con los angelitos dormidos uno a cada lado, la habitación bien humidificada para que no se despierten con los mocos petrificados, la ropa del día siguiente preparada y el olorcillo del champú todavía flotando en el ambiente. Con este magnífico pronóstico, me acuesto entre los dos y dejo llegar al sueño con una sonrisilla de puro bienestar. Qué silencio, qué calorcillo, qué buen rollo. Poco a poco empiezo a quedarme dormida, el mundo desaparece y mi cerebro pulsa off. Fundido a negro. 

De repente, no muchos minutos después, en la quietud de la noche un alarido desesperado me despierta: M. con un terror. Abro los ojos de golpe y me quedo immóvil, básicamente porque estoy acojonada, mientras el niño del terror se lía a hostias, se lía a gritos, se lía a hablar en un idioma que no conozco. Mi función en estos momentos, una vez que consigo estabilizar mi taquicardia, es complicada: frenar al niño endemoniado con la parte derecha del cuerpo intentando no menear la mitad izquierda ni un milímetro para no se despierte la niña. Con toda la calma que consigo reunir, me encajo al niño bajo el brazo y empiezo con la retahíla tranquilizadora susurrando en la oscuridad que no pasa nada, que tranquilo, que estás dormido, que patatín que patatán. A los diez minutos, el gremlin se ha vuelto a dormir -encima de mi brazo- y todo parece volver a su lugar, mi cerebro está a punto de volver a dar al off... cuando una mano diminuta me agarra de la oreja izquierda con la clara intención de arrancármela. El microinfarto vuelve a amagar, pero la niña solo tiene hambre y eso se soluciona en un periquete con una destreza que he adquirido a lo largo de los años, y es dar de mamar a oscuras y sin moverme de postura. Solventado este segundo asalto, con la niña dormida -justo, también encima de mi otro brazo-, cuando parece que al fin voy a poder desconectar, un pensamiento inquietante cruza mi mente: "joder, éste hombre ni se ha meneado con los gritos". Entonces, contengo la respiración para no hacer ruido e intento detectar algún signo de vida en el padre de las criaturas, pero tras dos minutos o así de escucha atenta, no lo consigo. 

"La ha palmao", pienso. No cabe otra explicación, con el escándalo que han estado montando es imposible que no se haya despertado. Una vez asumo que está muerto, lo lógico sería comprobarlo y tal, no sé, dar el aviso. Pero claro, ese paso fundamental implica que tengo que moverme y por lo tanto despertar a los niños. Sopeso pros y contras... y decido no moverme. En ese duermevela extraño que se tiene cuando no se duerme nada de nada, pienso que total, si ha palmao, pues ya no hay nada que hacer. Intento volver a dormirme, pero claro, la conciencia no me deja; es en este punto cuando haciendo un ejercicio tremendo de coordinación corporal, decido que lo mejor será actuar de la forma tradicional: la patada de toda la vida. Me concentro para no mover nada más que la pierna necesaria, y ¡pum!, le meto un patadón. Se acojona por el golpe, claro, a veces incluso se incorpora con la mano en el pecho. Una vez que he comprobado que no está muerto, me dispongo a intentar dormir.

Al fin, todo vuelve a su ser: deben ser las tres y media de la mañana y aun quedarán mínimo dos tandas de berridos de los de M., dos dudas mías sobre si su padre muere o duerme y otras dos tomas más de Laniña

Para que luego tenga yo que leer que los terrores nocturnos son sólo cosa de niños...



No hay comentarios:

Publicar un comentario