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lunes, 22 de septiembre de 2014

Nime

Un buen día de este pasado mes de junio (una buena tarde, mejor dicho), sin previo aviso, M. comenzó a hablar. Estábamos en casa de los abuelos y soltó tres palabras como sin darse importancia: tía, pisti, gasias. Tarde memorable dónde las haya, porque hasta ese momento no había un dios que entendiera al enano salvo, claro está, sus atentos padres. Los padres tienen esa mágica virtud de entender que el crío tiene sed donde otros sólo escuchan un gruñido. Pero ese no es el tema.

Típico momento Nime
El tema que nos ocupa hoy es que desde ese memorable día, el niño ha ido añadiendo una palabra casi cada día a su vocabulario, a ese vocabulario infantil que sale de su boca con una voz tan bonita que es que no tiene descripción. Pues nada, todo seguía su curso maravilloso hasta que de un tiempo a esta parte, he detectado que el niño ha equivocado el significado de una palabra, de una palabra tan inocente como lo es la que se utiliza para contestar cuando alguien que está a tu lado te llama: “dime”.

En mi caso, lo aclaro, ese “dime” me sale solo, automático, y no me había dado cuenta hasta ahora de la cantidad de veces que a un hijo hay que escucharle, de la cantidad de veces que un hijo pequeño, un bebé, te llama y te necesita a lo largo día. Supongo que una vive sin darse cuenta todos esos días, los va sobrellevando con más o menos paciencia según pasan las horas, pero es algo tan habitual la charla continua en los enanos que a una ya le hace callo. Que me encanta hablar con el niño, eh, ojito. Nos traemos unas charlas filosóficas a las que ya quisieran muchos monologuistas o escritores  y escritoras acceder, son unas charlas fructíferas y desternillantes de las que gozamos la madre y el hijo a lo largo de las –infinitas- horas que pasamos juntos.

Total, que parece ser que tengo por costumbre escuchar a M. cuando tiene algo que decir. Parece ser que él, en muchos momentos dados de nuestro saturado día a día, dice “mami” y yo contesto “dime”. Y digo parece ser porque he debido de decir “dime” inconscientemente muchas veces, miles de veces, infinitas veces, porque el niño lo ha asimilado de una forma, vamos a llamarla así, exagerada. Vamos, que el crío para decirte “te quiero” o “dame un beso” o “mira qué guay la montaña que he hecho con los botes de las especias” te coge la cara con las manitas, te mira muy serio y te dice “nime”. Y lo que busca desesperadamente a modo de respuesta es la misma palabra de vuelta: “dime”.

De modo que lo que era un verbo conjugado para darle un pie receptivo a que me dijera lo que fuera lo que me quiera decir (vamos a dejar aquí a un lado los “diiiiiiiiiiiiiime” que de vez en cuando se escapan cuando te han llamado diez veces en un minuto), él lo ha traducido en su cabecita como  “aquello que dicen las personas mayores cuando me hacen caso”. Para él es la palabra mágica que se pronuncia siempre delante de todo, siempre que hace falta avisar de algo, siempre que acude a un mayor en busca de ayuda o comprensión.

Veamos unos ejemplos ilustrativos:

M. se cae y yo voy a recogerlo, y en lugar de decir yo que sé, duele, pupa, aupa…me mira, me planta el moflete en los labios y me dice “nime”. Y yo, como no, digo como puedo entre beso y beso: dime, hijo, dime. Y ya sí, ya se siente él con la atención suficiente como para llorar desconsoladamente o contarme cómo ha sido la caída: “bajo trisi caío e frente”, o lo que es lo mismo “me he bajado del triciclo y me he caído de frente con todo el cebollón”.

Otro ejemplo: M. se despierta de noche. Y en lugar de decir, “mami” o “papá”, ¿qué dice? La palabra mágica: “Nime”, se escucha en el cuarto in the middle of the night. Y entonces yo, guturalmente, le digo: “Dime, hijo” y él contesta: “Teta”. Y aquí paz y después gloria.

Sé que un buen día, igual que dejó de decir “bam bam” para decir “coche”, o igual que a veces ya no dice “disha” para decir “toallita”, el “nime” perderá el significado mágico que tiene hoy tanto para él como para mí, dejará de ser esa palabra mágica que todo lo puede. Pero mientras ese día llega, el “nime” es sin duda, una de esas palabras que atesoraremos con mimo, con mucho mimo.  Y, por qué no, puede que incluso pase a los anales familiares como una de esas palabras de jerga casera que dura y perdura a lo largo de los años :)


5 comentarios:

  1. Jajajajaaaa me encantan los vocablos espontáneos, insustituibles y perdurables... insustituibles porque no le vas a decir al niño que en vez de "nime" diga "oiga usted", o algo así... y perdurables porque es el típico palabro que no olvidaréis, tardaréis años en apear, y luego adoptareis un "babau" y le pondréis "Nime", tiempo al tiempo :P

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    1. jajajaja calla, calla, que yo siempre he dicho que perros no!! jajaja Ahora, que si en lugar de perro es babau, puess...igual otro gallo canta jajaja :)

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  2. Qué bonito el "nime" d M!!!!! Mientras estaba leyendo me estaba riendo porque el otro día fui consciente de las miles de veces que digo :"dime" ;)
    Bs

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    1. Maribel!! y en tu caso multiplicado por treeeeees! me da un telele :) pero qué bonito, qué leches!

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  3. Jejejejeje... qué tierno... La verdad es que tener un hijo es la mejor forma de saber cómo habla una misma!!
    Muas!

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